El día del intento de Golpe de Estado, mis padres vivieron
experiencias similares. Caras adultas serias, tensión en el ambiente, y poca o
nula información. Ese día ambos tenían nueve años, eran pequeños y no entendían
la situación.
Para conseguir algo más de información, me dirigí a mi abuela, con la suerte de que sus hermanos estaban de visita ese día. Entre todos, reconstruyeron los sucesos de aquel 23 de febrero.
Mi tío abuelo Toño (Antonio) era en esa época celador del hospital, y se encontraba en su puesto cuando empezó el Golpe. Él acostumbraba a escuchar la radio durante su turno, y gracias a ello se enteró del suceso rápidamente. Corrió a avisar a las enfermeras y demás personal, en especial a Isabel Fraga. Esta médico era hija del por entonces congresista Manuel Fraga Iribarne, uno de los apresados en el Congreso. Al principio se negó a creerle, pero intentó comunicarse con su familia, y, no lo consiguió. Por fortuna, un rato después pudo contactar con su hermana, la cual le confirmó todo lo que estaba sucediendo. Se tranquilizó relativamente al conocer la situación, y, aunque todos en el hospital estaban muy preocupados, había pacientes que atender.
Por otra parte, he tenido a mi tía abuela Teresa para contarme lo que pasaba por las calles, que se redujo a nada ni nadie. Ella estaba volviendo a su casa en coche tras una clase de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas, cuando escuchó la noticia. Vio cómo poco a poco todas las tiendas iban cerrando y la gente se encerraba en las viviendas. Ella tenía prisa por llegar también a su casa para estar con su hijo, el cual era muy pequeño. Y le preocupaba no saber cuánta comida tenía en la despensa en esos momentos, cerca del fin de mes. Preparándose para lo peor, condujo hasta llegar a su hogar, y allí esperó a la resolución del conflicto. Estuvo escuchando la radio todo el tiempo, pero las noticias llegaban sesgadas. Las radios públicas habían dejado de emitir, pues eran tomadas por los golpistas, y poco a poco las privadas se convirtieron en la única fuente de información. Pasó toda la noche preocupada por las comunicaciones, llamando a la familia. Algo de lo que aún se acuerda es que, justamente en el momento en que Tejero irrumpió la sala, un congresista soriano estaba a punto de votar.
Y, aunque esa noche no durmieron nada, a la mañana siguiente hubo que ir a trabajar. El miedo fue palpable ese día en todas sus vidas; la huella de esa fatídica velada no se ha borrado de las memorias ni de los más pequeños.
Para conseguir algo más de información, me dirigí a mi abuela, con la suerte de que sus hermanos estaban de visita ese día. Entre todos, reconstruyeron los sucesos de aquel 23 de febrero.
Mi tío abuelo Toño (Antonio) era en esa época celador del hospital, y se encontraba en su puesto cuando empezó el Golpe. Él acostumbraba a escuchar la radio durante su turno, y gracias a ello se enteró del suceso rápidamente. Corrió a avisar a las enfermeras y demás personal, en especial a Isabel Fraga. Esta médico era hija del por entonces congresista Manuel Fraga Iribarne, uno de los apresados en el Congreso. Al principio se negó a creerle, pero intentó comunicarse con su familia, y, no lo consiguió. Por fortuna, un rato después pudo contactar con su hermana, la cual le confirmó todo lo que estaba sucediendo. Se tranquilizó relativamente al conocer la situación, y, aunque todos en el hospital estaban muy preocupados, había pacientes que atender.
Por otra parte, he tenido a mi tía abuela Teresa para contarme lo que pasaba por las calles, que se redujo a nada ni nadie. Ella estaba volviendo a su casa en coche tras una clase de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas, cuando escuchó la noticia. Vio cómo poco a poco todas las tiendas iban cerrando y la gente se encerraba en las viviendas. Ella tenía prisa por llegar también a su casa para estar con su hijo, el cual era muy pequeño. Y le preocupaba no saber cuánta comida tenía en la despensa en esos momentos, cerca del fin de mes. Preparándose para lo peor, condujo hasta llegar a su hogar, y allí esperó a la resolución del conflicto. Estuvo escuchando la radio todo el tiempo, pero las noticias llegaban sesgadas. Las radios públicas habían dejado de emitir, pues eran tomadas por los golpistas, y poco a poco las privadas se convirtieron en la única fuente de información. Pasó toda la noche preocupada por las comunicaciones, llamando a la familia. Algo de lo que aún se acuerda es que, justamente en el momento en que Tejero irrumpió la sala, un congresista soriano estaba a punto de votar.
Y, aunque esa noche no durmieron nada, a la mañana siguiente hubo que ir a trabajar. El miedo fue palpable ese día en todas sus vidas; la huella de esa fatídica velada no se ha borrado de las memorias ni de los más pequeños.
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