El 23 de febrero de 1981, mi madre era una estudiante de 4º
curso de Filología que vivía en Zaragoza en un colegio mayor bastante conservador.
Compartía habitación con una chica riojana y otra navarra del Baztán, Blanca, a
la que mi madre confiesa haber tardado en entender con sus consideraciones sobre
la identidad nacionalista, en aquellos primeros años de la democracia. La
noticia del golpe de estado le llegó en el colegio, a media tarde, en un boca a boca que se confirmó
con la radio. Recuerda que las
conversaciones de las compañeras indicaban desconcierto, perplejidad y dudas
acerca de lo que podía significar aquello,
un sentimiento parecido al que había vivido mi madre seis años antes, en
los últimos días de vida del dictador Franco, cuando en casa y afuera se
elucubraba acerca de lo que ocurriría tras su muerte. Pero ella estaba en el "útero protector" del colegio, y como entre semana no se salía, poco supo de lo ocurrido en las
calles de Zaragoza.
Esa noche, mi madre habló un momento por teléfono con mi abuelo,
que vivía en Soria, y no se le escapó su
preocupación: uno de mis tíos estaba a punto de empezar el servicio militar. Mi
abuelo tenía entonces 60 años y había visto estallar la Guerra Civil con la
misma edad que yo tengo ahora. Siempre tuvo una enorme desconfianza – dice mi
madre - hacia los militares y los curas,
dado el poder que habían tenido en todos aquellos años. Y a menudo comentaba en
casa, con precaución, el peligro de los
militares.
Mi tío Chema tenía 23 años, estudiaba sus oposiciones en
Pamplona y vivió allí el golpe de otra manera. Recuerda que Pamplona era
entonces una ciudad con una enorme conflictividad, con semanas proamnistía cada poco tiempo y huelgas generales pidiendo la amnistía de los
presos en la Plaza del Castillo. Así que, en un par de horas, la calle se llenó
de policías muy armados y antidisturbios en cada cruce de calles y avenidas. La calle estaba tomada. Mi tío había quedado
en casa de una amiga que vivía enfrente
del gobierno civil y la familia ya no le
dejó salir. Pasó allí la noche pendiente de la radio y de las ventanas desde
las que siguieron las idas y venidas de los furgones policiales durante toda la
noche.
Mi tío Jesús trabajaba en Soria y vivía con mis abuelos. Tenía 28
años y esa tarde estuvo en la calle: una
cita con la que luego sería su mujer estuvo por encima de las recomendaciones
familiares. Recuerda que no había gente en la calle, que había miedo porque la
extrema derecha estaba entonces muy crecida. Él dice haber pasado más
incertidumbre con la muerte de Franco, cuando estando en la mili en Soria, le
tocó estar varias noches dando vueltas con el cetme alrededor del cuartel de
Santa Clara.
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