El 11 de marzo de 2004 en mi casa se vivió
de una manera distinta a la lejanía que supone vivir la historia por los medios
de comunicación, con su impersonalidad y su sesgado tratamiento de las
noticias. Digo esto porque al ser cometidos dichos atentados sobre trenes de
cercanías de Madrid y haber estado mi padre trabajando 14 años de maquinista en
dicha ciudad y también durante periodos
precisamente en cercanías, hace que a dichos acontecimientos se pongan caras y ubicaciones
reales de los lugares donde sucedieron, además del testimonio de la visión
directa del día después que vivió mi padre al pasar con el tren por dichos
lugares por los cuales sólo circulaban los trenes para ir a sus bases de
mantenimiento.
Al conocerse los atentados, mi padre
estableció comunicación con compañeros de Madrid, motivo por el cual tuvo
conocimiento de los compañeros que conducían dichos trenes y de su estado,
afortunadamente bueno en sentido físico, uno de ellos, concretamente el que
conducía el tren de Atocha, además de compañero, muy amigo, por ello, a lo
largo de la larga jornada estuvo intentando comunicar con él, y lo consiguió al
final del día, saludos y palabras de ánimo, no era necesario más. Tiempo más
tarde, cuando habló con Roberto en la tranquilidad del paso de algún tiempo mi
padre se da cuenta de la huella que esto ha dejado en su compañero, para bien y
para mal.
Días más tarde tuvo conocimiento que otro
compañero y amigo resultó herido en el tren de la calle Téllez, tiempo después
y ya recuperado pudo tener testimonio de otra experiencia.
Al día siguiente es cuando mi padre
conduce el tren de Soria con destino Madrid, una vez llegado a Chamartín, el
tren ha de llevarse a la base de mantenimiento de Cerro Negro (en Atocha) y ha
de pasar por Santa Eugenia. La circulación por dicho lugar se hace en
condiciones especiales puesto que la línea está cortada para el servicio de
viajeros. Relata como el paso por dicho lugar, otras veces con los andenes
llenos de gente esperando el tren, es esta vez triste y mudo, no hay más gente
que los investigadores ni más ruido que el de su propio tren, pero si hay por
el lugar restos de objetos…., que le dan un aspecto dantesco. También a su paso
por la estación de clasificación de Stª Catalina, puede ver la unidad de dos
pisos objeto del atentado (cuando se conoce el material y la conformación del
mismo se aprecia más si cabe la brutalidad).
Por la calle, en Madrid hay una calma
triste, una sensación de normalidad anormal que lo impregna todo, hasta el
ruido del tráfico parecía respetuoso.
La verdad es que dice mi padre que nunca
podrá olvidar esas imágenes ni esa sensación indescriptible.
No es lo mismo contarlo que vivirlo.
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